En el corazón de la Amazonía, allí donde los ríos son arterias de vida y los pueblos resisten con dignidad, culminó la Cumbre Amazónica del Agua bajo el lema “Somos agua, somos vida, somos esperanza”.
Durante tres días, cerca de 400 participantes —pueblos indígenas, comunidades campesinas, quilombos, organizaciones sociales, líderes religiosos, obispos y laicos— provenientes de 10 países amazónicos y 14 regiones del Perú, se reunieron en Iquitos para discernir juntos los caminos de defensa, cuidado y espiritualidad en torno al agua, fuente sagrada de toda vida.
El encuentro, convocado por la Vicaría del Agua del Vicariato Apostólico de Iquitos, contó con el acompañamiento del CELAM, la CEAMA, la REPAM, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, la Red Iglesias y Minería, el CAAAP, la PUCP, el Movimiento Laudato Si’, Aguas Amazónicas, Adveniat, Misereor, Porticus, WCS, entre otras instituciones comprometidas con la justicia socioambiental.
Inspirados en la Encíclica Laudato Si’, el Sueño Ecológico de Querida Amazonía y la reciente Exhortación Laudate Deum, las delegaciones compartieron el dolor de los territorios heridos por la contaminación, los derrames petroleros y la expansión extractivista, pero también la esperanza viva de los pueblos que defienden sus ríos como sujetos de derechos y como expresión del Espíritu que da vida.
DENUNCIAMOS
Con voz unánime, los pueblos amazónicos y la Iglesia denunciaron la crisis ambiental y social que amenaza la vida y el equilibrio territorial.
“Nuestros ríos están siendo heridos por la minería, el petróleo, el narcotráfico y la deforestación. Los pueblos que los custodian son perseguidos, asesinados y olvidados”, señala el texto de la declaración.
Los delegados advirtieron que estas realidades no son hechos aislados, sino consecuencias de un modelo de desarrollo depredador que privilegia la ganancia económica sobre el derecho a la vida.
“Nos indigna el silencio de los gobiernos y la indiferencia de la sociedad ante la contaminación del agua, el asesinato de defensores y el despojo de comunidades enteras”, expresaron los participantes.
La Cumbre denunció además la falta de acceso al agua potable en regiones donde el agua abunda, la criminalización de líderes indígenas, y la connivencia entre poderes políticos y económicos que perpetúan un sistema de muerte.
“El agua no es mercancía, es don de Dios, es derecho humano, es sacramento de vida”, proclamaron en unidad.
NOS LLENA DE ESPERANZA
A pesar del dolor, la Cumbre se convirtió en un signo de comunión y esperanza.
El Cardenal Pedro Barreto, presidente de la CEAMA, recordó que “la Iglesia católica está llamada a ser un signo profético en defensa de la creación y de los pueblos que la habitan”, destacando el compromiso que desde hace más de una década se teje en red a través de la REPAM y la CEAMA.
El obispo de Iquitos, Mons. Miguel Ángel Cadenas, principal impulsor del encuentro, expresó con emoción:
“Ha venido muchísima gente que quiere preservar este bioma tan importante para el planeta, entregando su esperanza, su vida y sus energías al servicio de la Amazonía. La Iglesia quiere escuchar. Necesitamos escucharnos para proponer una vida digna para todos”.
También resonaron las palabras del Cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, quien recordó que
“El agua no es solo un recurso útil, sino un bien común y un derecho humano fundamental. Donde el agua se contamina o se acapara, se hiere la dignidad de los pueblos y se rompe la armonía de la creación”.
La fe y la esperanza se entrelazaron con la espiritualidad de los pueblos. Mujeres indígenas, jóvenes y líderes comunitarios compartieron sus testimonios de lucha, mostrando que la defensa del agua es también una defensa de la cultura, de la espiritualidad y del derecho a existir.
“Nos llena de esperanza la fidelidad de quienes defienden los ríos, porque su resistencia es semilla de vida y profecía para las nuevas generaciones”, se lee en la declaración final.
EXHORTAMOS
Los participantes hicieron un llamado urgente a los gobiernos, las iglesias, las organizaciones y la sociedad civil:
- A reconocer el agua como sujeto de derechos y bien común de la humanidad.
- A implementar políticas públicas justas y sostenibles, que garanticen el acceso universal al agua potable y la preservación de los ecosistemas.
- A detener la expansión de las fronteras extractivas que amenazan los ríos y selvas amazónicas.
- A escuchar la voz de los pueblos originarios que, desde hace siglos, han custodiado la vida del planeta.
“Exhortamos a los Estados a dejar de ver el agua como mercancía o fuente de poder, y a asumirla como un derecho que no puede negarse ni privatizarse.”
La Cumbre también llamó a la comunidad internacional y a las iglesias del mundo a sumarse a la defensa de la Amazonía, entendiendo que sin agua no hay vida, sin justicia no hay paz, sin fraternidad no hay futuro.
NOS COMPROMETEMOS
El documento concluye con un fuerte llamado al compromiso ético, espiritual y comunitario:
“Nos comprometemos a defender la vida, a cuidar la Casa Común y a promover una cultura del agua basada en el respeto, la equidad y la espiritualidad.”
Los pueblos reunidos en Iquitos se comprometieron a seguir articulando redes de incidencia, educación ecológica y acción comunitaria para transformar la realidad desde los territorios.
“Nos comprometemos a seguir caminando juntos, fortaleciendo la alianza entre pueblos, comunidades de fe y organizaciones sociales, hasta que cada río pueda fluir libre y cada pueblo pueda vivir con dignidad.”
Como signo de continuidad y esperanza, el Vicariato de Puerto Maldonado fue elegido como sede de la Segunda Cumbre Amazónica del Agua, reafirmando que este camino recién comienza.
“Seguiremos defendiendo nuestra agua, nuestra selva y nuestra vida —expresaron los delegados— porque somos capaces de dar la vida por la vida de las próximas generaciones.”
Una Iglesia que escucha, acompaña y actúa
La Cumbre Amazónica del Agua deja un mensaje claro: la defensa del agua es una exigencia de fe y un acto de amor.
En la Amazonía —ese gran corazón del planeta—, la Iglesia, los pueblos y la sociedad se reconocen como una sola corriente viva, que clama por justicia, que celebra la vida y que se compromete a cuidar con ternura la Casa Común.